El posthumanismo toma cuerpo de naturaleza en la sociedad

Las hipótesis sobre el surgimiento de un nuevo prototipo humano abren un período de reflexión sobre las promesas de la tecnología
La humanidad está a las puertas de un nuevo salto evolutivo basado en las posibilidades de manipulación de sus genes y en las de la simbiosis hombre-máquina, lo que ha dado origen a diversos escenarios de evolución que, por un lado, asustan, y por otro son motivo de esperanza. Al final todo dependerá del uso que los humanos demos a la tecnología. Por Adolfo Castilla.
Cuando hace varios años se comenzó a hablar del hombre post-humano y del post-humanismo, se hizo por parte de grupos extraños guiados por el secretismo y la iniciación.
Eran una especie de sectas que creían tener en sus manos claves sobre el futuro del hombre, difíciles de entender por el conjunto de los mortales.
Hoy, sin embargo, se habla del tema abiertamente y existen cada vez más libros y publicaciones sobre la materia de científicos y pensadores plenamente reconocidos e integrados en la sociedad.
El tema de un hombre generado in vitro, mejorado genéticamente, biónico, e incluso, clonado, se trata con naturalidad, ya sea para oponerse a ello o para defenderlo.

Limitaciones legales

El tema en muchos aspectos no está nada claro y así lo demuestran las limitaciones adoptadas cada vez por más países, en cuanto a la prohibición de investigaciones y experimentos sobre ciertas materias. Por ejemplo, las investigaciones sobre células madre y sobre la clonación humana.
Eso en cuanto a las investigaciones propiamente genéticas y biomoleculares, pero existe además la biónica --inicialmente la ciencia que trata de aplicar las soluciones de los seres vivos a la ingeniería mecánica-- y hoy generalizada a la incorporación de tecnología en forma diversa a la fisiología del hombre.
Es un tema antiguo porque como tal biónica se podrían considerar las ortopedias e implantes de otras épocas, los cuales pueden sufrir ahora cambios cualitativos considerables al basarse en los microchips y la tecnología digital en general, la interrelación del ordenador con el cerebro humano y la nanotecnología. También en este terreno hay preocupación en la sociedad y disposición a no permitir cualquier cosa.
De todo ello se nos puede venir encima un mundo ya descrito con tintes sombríos, según el hombre actual, en la visionaria obra de Aldous Huxley, Brave New World, publicado en 1932. Un libro cargado de lógica en cuanto a las leyes de la evolución, formuladas inicialmente por Charles Darwin, y aceptadas generalizadamente.

Nuevo salto evolutivo

Leyes, por cierto, hoy corregidas importantemente por algunos expertos en cuanto a la no aceptación de la escasez, la lucha por la supervivencia y la fuerza del más apto, como reglas rectoras de la evolución.
Más bien, defienden hoy algunos expertos, el salto adelante de nuestra especie, y la aparición de nuevos especímenes, se produce por la simbiosis o unión de lo esencial de dos formas de vida distintas. Esos saltos, por otra parte, no se producen linealmente, sino en forma de pulso o “catastrófe”.
En pura lógica, por tanto, y sin entrar de lleno en las interioridades de la genética, da la impresión de que la humanidad puede estar a las puertas de un nuevo salto evolutivo basado en las posibilidades de manipulación de sus genes y en las de la simbiosis hombre-máquina.
A ello se refieren publicaciones actuales muy variadas debidas a autores tales como: Kurzweil (1999), Truett Anderson (1996), Stock (1993 y 2002), Silver (1998), Comings (1996), Dyaz (1999), Fukuyama (2002) y muchos otros.
Para los objetivos de este artículo, relacionados con la conveniencia o no de guiar y controlar la investigación y la tecnología producida por el hombre, se revisarán someramente tres de esas publicaciones: Dyaz, Stock (2002) y Fukuyama.

El mundo según Dyaz

La primera, titulada Mundo Artificial, es un libro reducido, aparentemente informal y desenfadado, publicado en España en 1998, por una editorial de divulgación atacada a veces por su literatura “basura”, pero que resulta enormemente sugerente y se adelanta en el tiempo a lo publicado a nivel internacional más recientemente.
No se utiliza la denominación “Post-Humano”, pero sí los conceptos que hay detrás de ella, sobre todo al establecer en su primer capítulo la ecuación:

Homo sapiens v.1.0 + hi-tech = Homo sapiens v.2.0

la cual se explica a lo largo de los tres siguientes, titulados: “Mente y tecnología”, “Cuerpo y tecnología” y “Vida artificial”.
El autor, un hombre polifacético, educado y muy informado, se declara totalmente partidario de lo artificial definido como: todo aquello incapaz de aparecer de manera espontánea fuera del hábitat del ser humano o de cualquier derivación de dicho hábitat.
Parece, de hecho, despreciar todo lo natural y la naturaleza propiamente dicha, tachando de miedos y prejuicios, las reservas existentes en el mundo en cuanto a lo artificial y en cuanto a la defensa a ultranza de la naturaleza y los productos naturales. Productos que, en lo relativo a la alimentación, serán abolidos en el planeta, según él, tempranamente en el siglo actual.

Espacios artificiales

En contra de una parte importante del pensamiento actual, el autor declara como objetivo del hombre el robo de terreno a lo natural con tecnología punta y la defensa del hombre ante la naturaleza, entre otras cosas, creando espacios artificiales en los que dicha naturaleza no esté presente.
Como es lógico, es absolutamente partidario de la clonación, de la biónica y de lo que hoy llamaríamos un ser post-humano. Tal cosa se puede deducir de la siguiente cita: Lo que preocupa a los puristas es que, si comenzamos a efectuar modificaciones genéticas en las células germinales durante una serie de generaciones, al final el ser humano ya no será como hoy. Se habrá perdido la esencia del Homo sapiens. A mí me parece fantástico. Librarse de todas las fastidiosas enfermedades hereditarias, ampliar mi capacidad muscular, mejorar mis aptitudes intelectuales... ¡Demonios, claro que cambiaremos!. Pero a mejor. No me importaría que me crecieran alas, o propulsores a chorro en las axilas, o que fuera capaz de respirar metano y amoniaco para poder colonizar Venus. Y si el problema es que ya no seguiré siendo un Hombre, en ese caso que los lingüistas y los filósofos busquen nuevos términos. PP 131-132.
En uno de los apéndices del libro se hace una cronología año por año del siglo actual, con indicación del acontecimiento más destacado en cada uno de ellos. Algunos de dichos acontecimientos son espectaculares:

2013 -- Se prohíben los alimentos de origen natural.
2022 -- La ONU concede al ciberespacio la categoría de séptimo continente.
2032 -- La telepresencia provoca el cierre de la última compañía de vuelos regulares.
2071 -- Se institucionaliza el vertido de cerebros al ciberespacio, tras la muerte de los individuos, que se convierten así en entidades autónomas
2088 -- Nacimiento de Beethoven 2, a partir de una clonación.
2100 -- Muerte y disección del último ser humano.
Ante un derroche de imaginación y de posibilidades para el mundo como la mostrada por este libro, la primera reacción es la de preguntarse si tiene algún sentido un control social de la tecnología en la forma tradicional en la que esta materia ha sido tratada; la segunda, si es posible y aconsejable guiar al hombre en ese mundo potencial que se avecina; y la tercera, ¿cómo hacerlo?.

La hipótesis Stock

El segundo libro a revisar se debe a Gregory Stock, un escritor y científico, director del Programa sobre Medicina, Tecnología y Sociedad de la Escuela de Medicina de la Universidad de California en Los Ángeles.
Su significativo título es Redesigning Humans. Our Inevitable Genetic Future. Al igual que en libros anteriores tales como, Metaman, The Merging of Humans and Machines into a Global Superorganism, y el best-seller The Book of Questions, el autor se enfrenta sin prejuicios ni temores, y aparentemente con grandes conocimientos, a la revolución genética en marcha.
Al igual que Dyaz, defiende este segundo autor las revoluciones en los conocimientos actuales y no se asusta de lo que nos puedan traer consigo, comenzando curiosamente su libro por el capítulo titulado: El último humano (The Last Human).
Antes, y a modo de introducción, establece su actitud de partida con deliciosos poemas de Tucídedes y Marcus Garvey, en los que respectivamente se defienden el conocimiento y la visión clara de las cosas que se avecinan, ya sean benignas o peligrosas, sin en ningún caso asustarse ni darles la espalda; y la autonomía del hombre sin más límites que Dios y el cielo y sin más medida que la Eternidad.

Revolución imparable

El posicionamiento general de Stock ante la revolución genética es que nada ni nadie podrá pararla, ni en cuanto a la selección de los genes de un embrión, ni en cuanto a la ingeniería de las células germinales en general, ni siquiera en cuanto a la clonación.
Y esto porque nadie se detendrá ante ninguna barrera cuando se trate de salvar la vida de un hijo, evitarle enfermedades o mejorar sus características físicas e intelectuales. Mucho menos, si se trata de mejorar la vida de uno mismo o de alargarla.
Cree, sin embargo, este autor, que estas cosas no deben asustar porque nunca se harán por verdaderos científicos y médicos hasta que no haya seguridad de tener éxito y estén perfectamente resueltas.
No las ve él, por otra parte, tan inmediatas como determinados libros de ciencia ficción y determinadas películas pueden hacernos creer. Da en este sentido mucha importancia al tiempo y a la madurez de la sociedad para enfrentarse a esos cambios, analizando los problemas físicos y morales que la revolución genética puede traer consigo.

Evolución creativa

A muy largo plazo, según Stock, el hombre puede diferenciarse sustancialmente de los humanos actuales, pero más en un sentido verdaderamente evolutivo y sin traumas que en un sentido monstruoso.
Tiene confianza en tal futuro porque los hombres aprenderán de sus errores y porque a diferencia, dice él, de la energía nuclear, las nuevas tecnologías genéticas no son peligrosas en cuanto a destrucción masiva de las personas.
Cree poco en la llamada “Constitución Genética” que protegería a los embriones de la manipulación y les daría el “derecho genético” a que nadie altere sus genes.
Y, finalmente, es partidario de una orientación en el sentido de libre-mercado donde exista una verdadera libertad de elección de los individuos.
Dicha orientación puede ir acompañada de una modesta supervisión de la sociedad y, sobre todo, de robustos mecanismos de aprendizaje social que permitan al hombre protegerse de los abusos y asignar recursos a todo aquello que sea bueno para alcanzar las metas deseadas.

El futuro según Fukujama

El tercer libro a glosar es el muy reciente de Francis Fukuyama, Our Post-Human Future. Fukuyama es el conocido autor del controvertido, The End of History and the Last Man. Es Bernard Schwartz Professor de Economía Política Internacional en la Escuela Paul H. Nitze de Estudios Internacionales de la Universidad Johns Hopkins. Ha sido nombrado miembro del Consejo Asesor del Presidente de los Estados Unidos sobre Bioética.
En esta ocasión Fukuyama parece actuar como regulador profesional de un cuerpo al servicio de una Administración Pública conservadora como la de George Bush Junior.
Su mensaje es conservador y a favor del control social de la tecnología, aunque comienza su libro analizando las ventajas para el hombre de las nuevas tecnologías genéticas e introduciendo relatividad sobre el hombre y lo humano, análogamente a los dos autores anteriores.

Futuro diferente

No ve en ese sentido, grandes problemas sobre la superación del Homo sapiens actual y por eso habla también de un futuro post-humano para el hombre. Pronto, sin embargo, comienza buscando algo sobre lo que apoyarse en cuanto a establecer reglas y directrices para actuar sobre dicho futuro.
Buscando razones para el control social de la tecnología genética, recuerda en el primer capítulo de su libro, dos de las publicaciones del siglo pasado más representativas en relación con predicciones sobre el futuro de la Humanidad.
Se trata de 1984, de George Orwell (publicada por primera vez en 1949) y Brave New World, de Aldous Huxley, (publicada en 1932). Considera Fukuyama que la primera ha acertado en describir una sociedad de la información y de los conocimientos como la actual, en la que todos los hombres están interconectados, pero ha fallado en cuanto a la existencia de un Big Brother que todo lo controla y centraliza. Internet, según él, va en una dirección absolutamente contraria: es el terreno de la libertad total, de la autonomía individual y de la descentralización.
Considera también que la Sociedad de la Información y las tecnologías de las telecomunicaciones y la comunicación, necesarias para ello, se han desarrollado sin ningún control social, porque nunca se han considerado peligrosas para la sociedad.
A este aspecto le da mucha importancia, al basar en la potencial peligrosidad de una tecnología la necesidad o no de control y planificación.

Camino correcto

En cuanto a Brave New World, considera que es ahora, y sobre todo en los próximos años, cuando sus predicciones pueden contrastarse con el mundo real, al referirse a un futuro en el que hombre podrá manipularse a sí mismo produciendo criaturas de características determinadas.
Prevé que, al igual que ha ocurrido con las predicciones de Orwell, tampoco en el caso de Huxley, las cosas llegarán a ser tan malas como este último autor suponía.
Confía así, como otros autores, en el hombre y en sus capacidades de encontrar el camino correcto de evolución, por más que haya momentos en que se tengan serias dudas sobre ello.
Para demostrar la existencia de terrenos tecnológicos en los que la sociedad ha actuado con energía controlando y limitando los desarrollos, revisa lo ocurrido con la tecnología nuclear, ratificando el éxito alcanzado.

Legislación versus regulación

Basándose en este ejemplo concluye que no puede haber reservas en cuanto la capacidad del hombre para controlar determinados desarrollos tecnológicos y en cuanto a la bondad de ello. Avala así la práctica de una evaluación social de la tecnología.
Como no todo es válido en la revolución genética actual, se plantea trazar las líneas rojas que no deben superarse y encuentra los criterios para ello en la Naturaleza física de mundo y en la conexión del hombre a ella. Es decir, hay una naturaleza humana, íntimamente unida a la Naturaleza con mayúsculas, y surgida de ella, cuya conservación parece merecer la pena.
En cuanto a como llevar a cabo el control, es firmemente partidario de la legislación y la regulación, no considerando suficiente la reflexión y el consejo asesor de expertos y científicos.
Como siempre ocurre con la tecnología, las espadas están en alto y con frecuencia se hace uso del viejo aserto: “la tecnología es siempre neutral y lo que puede ser bueno o malo es su aplicación”.
Adolfo Castilla es catedrático de Economía Aplicada.

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